miércoles, 24 de abril de 2013


Un pequeño sorbo, uno rápido. Lo tomas y lo miras a los ojos asintiendo ¨No somos nadie¨.  No podemos ni siquiera ofrecer nuestra presencia porque es lo más limitado y pesado que tenemos. Y sin embargo permanecemos en un abrazo, con el oído sobre un pecho. Y no es que ya no estemos aquí y estemos en otro sitio, o que ya no pertenezcamos a ninguno, es que siempre hemos sido pequeños en uno mismo y ahora vemos ese mismo. Entonces nos apetece pasar la noche en pie y leer todo lo que no hemos leído y ver todo lo que no hemos visto, y viajar en avioneta, y salvar al mundo para sentirnos también salvados… Pero lo cierto es que no podemos ir a buscar consuelo en ningún sitio, porque el consuelo no existe, ni siquiera en unos acordes. No lo necesitamos, porque el consuelo no existe, ni entre unos renglones. No pesan lo suficientemente los milenios en nuestras cervicales como para encontrarlo. Y posiblemente los cuerpos no valgan nada y los desechen los años, aunque uno acabe de interrumpirte para apurar un último abrazo.
Por eso no hay música, sólo un tímido brote de pensamiento que aunque ya no sólo permanezca en mi mente, se oculta, y que pese a todos los esfuerzos, no se dejaría ver ni en cien volúmenes completos, ni dándole vueltas durante cuarenta años.
Y he mentido, siempre hay música.