Todo empezó con
la lágrima que cayó sobre aquella hoja impoluta. Entonces se inició todo, pues
esta empezó a hincharse hasta que explotó tan asimétrica y formidablemente como
si de Supernova se tratase, esas que por grandes sólo brillan unos pocos millones
de años. Fue entonces cuando el tsunami de color inundó la sala y tiñó nuestras
visiones. Atónitos por lo ocurrido, cubiertos por una pátina, nuevos, recién
pintados. Ocurrió que nuestros brazos entendieron el mundo articulado más allá
de hombro, codo, mano y se movieron como serpientes que no necesitan de piernas
para desplazarse. Y como siempre, sonó la música y agitamos los brazos como si danzaramos hasta cerrar
los ojos.
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