Ciertamente
nos movemos en ciclos, pueden sucederse cada diez minutos, en ocasiones duran
años. Someten a las nubes, al fuego, al agua, esclavizan y ensalzan la tierra,
transforman a los vivos, también a lo muerto. No nos dejemos engañar por su
nombre, no son cíclicos, tienen inicio, nudo y desenlace. Una vez desvelado
el misterio, nunca vuelven a repetirse. Dejan pistas sobre la mesa, y cuando se
apaga la luz del salón, hay un nuevo muerto y el mayordomo ha desaparecido.
En
un parque se alza una estatua, nadie la observa, pero cada día es diferente,
aunque mantenga su mirada fija en el mismo estanque, aunque repose sobre la
misma piedra, aunque el mismo árbol le dé sombra.
Don
Diferente trata de ser distinto, lo que no sabe es que no está en su mano
marcar la diferencia sino en la mano de la diferencia marcarnos a nosotros. Ya somos diferentes.
Bajo
un cielo cambiante reposa un estanque, nació allí mismo y es consciente de que
allí morirá cuando llegue el momento. Es imposible que sepa cuándo ocurrirá
esto, pues cada momento difiere del anterior.
Y es
que hasta el tiempo aunque no tenga cuerpo, es orgánico.
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