martes, 12 de junio de 2012

Incondicionales de la condición humana


Un día eres simplemente perfect@, tus enormes dientes blancos desgarran la carne, el pan, la fruta e incluso los capuchones de los bolígrafos como si fueran mantequilla. Tu pelo, que cubre tu espalda hasta el mismísimo hueso sacro, brilla fuerte y denso, azabache oscuro. Tus uñas, no, esas siempre las mordiste. La vista nítida, perfecta, despejada de toda lente extraña. Tus piernas incansables agotan a los perros, que ya no desean seguir jugando. Tu piel es tersa, morena, uniforme. La eternidad bendiga la uniformidad epidérmica.
Eres perfect@, tus actos no tienen la menor consecuencia, y lo sabes. Podría seguir hablando de la perfección psicológica de este estado, pero creo que la falta de consecuencias ya contiene mil matices.

Un día te levantas y vas a tu terraza a tomar el sol. Qué gusto sentir tal impacto y descubrir que eres capaz de aguantarlo. De repente te das cuenta que te has dormido, así que te levantas sobresaltada, te limpias la baba y corres escaleras para arriba. Cuando alcanzas terreno plano compruebas que ves el mundo como si habitaras dentro de un cuadro de Georges Seurat. No hay de qué preocuparse, te ha pasado otras veces y los puntitos acaban desapareciendo. Pero no es así, por lo que entras al baño a echarte agua fría en el cuello, levantas la cabeza, te miras al espejo y despiertas más tarde, imposible decir cuánto, tirada en el pasillo. ¿Qué cojones ha pasado? No sientes nada mas que desconcierto, sin embargo notas un sabor raro. Te llevas las manos a la boca, por la que ahora circula mejor el aire. <<¡Mamá!>>
Es agosto y en septiembre empiezas la universidad. Aunque nunca has sido especialmente presumida, no quieres presentarte el primer día de tu nueva y futura vida con una pala de menos. Te llamarán “la mellada”, a tus espaldas claro, estamos hablando de la universidad, no del colegio.  Así que vas a la única clínica dental abierta en ese mes tan estival y te ponen una prótesis de mierda. <<No comas bocadillos ni cosas muy duras, podría desprenderse la funda dental>>.
No pasa nada, aprendes a vivir con ello, aunque recuerdas que una vez fuiste perfecto.

Estás en clase de matemáticas, que te encanta, pero por alguna extraña razón, las incógnitas forman ecuaciones que se dibujan borrosas en la pizarra, imposible despejarlas. Aunque tus ojos son hábiles para entornarse, dicha técnica ya no te funciona más, así que te mueves a un pupitre de la primera fila, el del niño que siempre está enfermo. Tus profesores, en su mayoría con tendencia a no detectar prácticamente nada, sí perciben tu defecto visual, así que avisan a tus padres. Esto te lleva a la consulta del oculista y efectivamente tienes miopía. Gafas al canto y frases nada convincentes <<Ay, pues te quedan muy bien>>. Es importante decir que en este momento la graduación de tus anteojos cuadriplica la de esas primeras gafas de metal colorido. Todos sabemos que la perfección es insostenible en el tiempo.

Te gusta mucho salir a correr, lo haces a menudo, tienes un buen rendimiento y bajas de los cuatro minutos y medio por kilómetro en carreras de doce kilómetros. Crees que eres potente, más como una cebra que como una gacela. Pero a pesar de tus caras zapatillas y de evitar a toda costa rodar por asfalto, tus rodillas se resienten y te piden periódicamente una tregua, cada vez más habitualmente. Se han convertido en yonquis del descanso. Qué fue de aquella elasticidad articular, de aquel amor incondicional entre el muslo y la pierna que lo aguantaba todo. No hay que preocuparse, siempre te quedará la natación que tanto aborreces.

Te llega la adolescencia y con ella un deseo irrefrenable de hacer cosas sin sentido, y cuanto más fastidien a tus padres, mejor. ¿Porqué no decolorarte el pelo y hacerte mechas rubias como si no hubiera mañana? Sí, carpe diem, la vida son dos días, vamos a hacer locuras. Aunque ahora intuyes la estupidez de tus actos y razonamientos pasados, en aquel momento todo tenía sentido, no querías mas que hacer, hacer cosas, rebelarte, como fuera. El pelo, la vestimenta, el alcohol, los porros, la música sucia. El caso es que tu pelo, tu precioso pelo negro pasó a ser todo lo contrario, se puede decir con más adjetivos pero no más claramente. Luego, aunque has seguido tintándote el pelo con criterio, el sol abusivo y otras inclemencias, ya no te permiten cubrir tu espalda, en toda su longitud, con ese manto brillante. Has de conformarte con que repose sobre tus hombros, aún bonito, todo hay que decirlo, pero ya no perfecto.

¡Ah!, antes olvidaste mencionar que hace unos meses compraste un bono para una limpieza dental, súper económico. Llamaste y concertaste cita con el dentista. Antes de entrar por la puerta de la clínica, sentarte en ese sillón ergonómico que se abate y abrir la boca, caminas feliz. Ya hacía tiempo desde tu última limpieza y te ha salido realmente bien de precio. Una hora y media más tarde tus dientes relucen y el dentista ha descubierto que padeces de bruxismo, es decir, que rechinas los dientes por las noches.
—¿No te duelen la cabeza y la mandíbula al levantarte?
—Pues la verdad es que nunca he reparado en ello, así que supongo que no.
—Pues tienes los dientes más desgastados de lo normal. Tendrás que llevar una férula dental mientras duermes para evitar la destrucción del esmalte y la dentina además de los dolores y desgaste de mandíbula.

Así que ante la posibilidad de la destrucción de tus dientes y mandíbula (ya te imaginas como un ser amorfo e incapaz de articular palabra) encargas una férula de esas. La imperfección ya no te respeta ni cuando duermes.

Sólo has consumido un tercio de tu vida (si tu vida se ajusta a la media) y sonríes al imaginar el momento en el que llegues a ser la cosa más imperfecta y remachada del mundo. Eres un@ coleccionista de parches.

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